Nuevo Museo Santiago. El "Gabinete de curiosidades"
Hace algún tiempo visité el Parque Bicentenario y caminé desde su extremo norte hasta su extremo sur. Al final de este camino, encontré una construcción muy silenciosa, alta y neutra, una cubierta hecha de un material tejido por piezas sólidas que sutilmente permitían un espacio difuso entre el interior y el exterior. Su presencia monocromática contrasta con el verde circundante y el telón de fondo de la ciudad.
La mampara delimitaba el perímetro del edificio y se apoyaba en soportes cortos a modo de menhires que permitían entrar al Parque hasta convertirse en un interior. Incluso los cerros ondulados de esta zona del Parque parecían penetrar en el patio vacío y vertical que precedía al acceso. La textura de la luz y el sol filtrados por este diafragma sólido pero permeable, hicieron de este espacio un lugar ideal para quedarse, tomar un café, conversar y reunirse. Sin darme cuenta ya estaba en el Museo. Un perímetro continuo de vidrio suspendió el interior del edificio e incorporó su movimiento y vida al exterior.
Observé desde el exterior lo que parecía ser una exposición de esculturas a gran escala por la que mucha gente caminaba libremente. Daba la impresión de que muchas actividades estaban sucediendo simultáneamente en este lugar. Cruzando el umbral del acceso me invadió una sensación abrumadora; la magnitud del interior, su extensión y altura, su luminosidad y atmósfera me dejaron en silencio por un momento. Era un espacio continuo con una extraña sensación de ligereza, aunque de inmediato reconoció que el hormigón blanco era el material predominante.
Mirando hacia arriba, pude entender que había otros volúmenes sobre este espacio que parecían flotar. Un puente se unió a ellos y la gente miró hacia abajo contemplando a aquellos de nosotros que fuimos transformados por esta perspectiva. Una gran escalera anunciaba algo, entendí que la gente que circulaba por ella, o bajaba, o subía y conectaba con el nivel de la ciudad, el de la calle. Caminé y subí la escalera que parecía más una tribuna que giraba hacia esta gran sala del museo. Mientras ascendía, decidí detenerme un momento y sentarme en los escalones para contemplar este espacio y su energía. Me vino a la mente una imagen, "el gabinete de las curiosidades", una colección de objetos raros y fascinantes que a primera vista no están relacionados entre sí pero que construyen una historia a través de sus fragmentos. La base de los museos según algunos. Al igual que el mueble, este espacio albergaba diversos objetos, un programa diseñado en base a la escala del mobiliario y disperso hacia los bordes transparentes, permitió el montaje de una variedad de esculturas que el público pudo visitar. Imaginé lo divertido que sería asistir a una inauguración aquí.
Al llegar a la cima, me encontré en la amplia acera de la calle, un borde peatonal lleno de árboles, el acceso al museo desde la Avenida Bicentenario. Sin ser muy consciente de mi deambular, entendí que a través de este magnífico espacio podía salir del Parque y conectarme con la ciudad. A pie de calle y aún desde el interior, pude apreciar el horizonte urbano de las altas torres y edificios de Santiago característicos de Providencia.
Me pareció que el Museo me había llevado a través de estos paisajes tan diferentes.
Comprendía que había que pasar por estos niveles y que, como en cualquier museo, había exposiciones por descubrir. Un núcleo de circulaciones verticales conectaba todos los espacios de exposición, por lo que pude decidir libremente por dónde empezar a explorar lo que se exhibía. Preferí las escaleras que con un paso fácil me llevaban al nivel de los ambientes, los que flotaban sobre el amplio espacio por el que había entrado desde el Parque.
Al entrar en la primera sala, la tranquilidad de su ambiente me permitió ver la presencia diversa de la colección en exhibición. La luz indirecta y homogénea hacía que el ambiente fuera diáfano y ordenado, el arte expuesto estaba contenido en este soporte neutro que permitía apreciarlo con claridad. Al final de la primera habitación pude continuar el camino y conectarme con
otra habitación más pequeña en dimensión, pero con la misma percepción y calidad. Me tomé el tiempo necesario, observé la variedad, los formatos, los colores, las formas y el espacio siempre me acompañó como cómplice silencioso. Terminé este recorrido y me encontré en el puente que había visto desde el pasillo cuando venía del Parque. Ahora dominaba desde arriba la vitalidad de todo lo que ocurría en ese espacio donde convergían actividades y encuentros.
Volví a las escaleras por donde había subido anteriormente y bajé al sótano para llegar a los demás espacios que contenía el museo. El camino me dejó en un atrio conectado a través de un patio circular y pude percibir la magnitud de la escala vertical. En el auditorio hubo una proyección, en la sala acústica un montaje específico y otra gran sala mostró la exposición retrospectiva de un artista ma
s consagrado y reconocido.
Habían pasado casi dos horas desde que entré y la luz de afuera había cambiado. El sol estaba más bajo y la luz rojiza del atardecer santiaguino tiñó los muros de cemento de un tono ligeramente anaranjado. Subí a la terraza que sugería un buen lugar para observar la puesta de sol.
Al salir del ascensor, una terraza de esculturas me sorprendió, era un lugar nuevo, otro territorio para explorar y descubrir un nuevo paisaje esta vez desde arriba. Las vistas de la ciudad y los altos edificios se unían de forma más continua con el paisaje del Parque y el cerro San Cristóbal donde el sol casi se ocultaba.
Entré al restaurante donde ya me esperaban.
Por la noche las luces de la ciudad nos acompañaban y el Parque más oscuro revelaba su presencia de otra manera.
Bajando nos dirigimos hacia la ciudad y dejamos el parque atrás, ya silenciosos y dormidos.